CENTRO CULTURAL SAN FRANCISCO SOLANO

 LUCHAS SOCIALES-MUNDO-DEBATE-
Mundo movilizado (III): La larga crisis y la desaparición del obrero.09/11/2023
AUTOR Mikkel Bolt Rasmussen.

La erosión del vocabulario histórico de la protesta debe enraizarse en una trayectoria histórica más larga. Esto es precisamente lo que los viejos intelectuales de izquierda no han hecho. Se trata de una trayectoria en la que el movimiento obrero occidental en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial tendió a fusionarse con la democracia política. Como dijo con cierta polémica otro viejo pensador comunista, el operaista Mario Tronti, fue la democracia, no el capitalismo, lo que mató al movimiento obrero como alternativa disidente.32 Como sabemos por otro filósofo italiano, el estalinista Domenico Losurdo, la burguesía luchó ferozmente para evitar una transformación socio-material en la que la propiedad de los medios de producción se convirtiera en una cuestión política.33 La democracia representativa se convirtió en una forma de garantizar que esta cuestión nunca se formulara realmente, o al menos se formulara de una manera que nunca cuestionara la lógica de acumulación del modo de producción capitalista.

Durante el periodo de entreguerras, la visión de una sociedad diferente, más allá del trabajo asalariado y la división del trabajo, empezó a evaporarse lenta pero inexorablemente de los partidos socialdemócratas europeos y desapareció para siempre en la sociedad de consumo de la posguerra. Las reformas del mercado laboral de los partidos socialistas —ejemplificadas por las reformas Hartzen de Gerhard Schröder en la década de 1990— constituyeron la fase farsesca de esta evolución. Si en la década de 1840 la democracia era todavía un término para designar el gobierno de los pobres, y Marx y Engels podían por tanto llamarse demócratas, en el siglo XX el significado del término se transformó lentamente para significar gobierno de la mayoría y representación. Esto implicó la aplicación de diversos procesos institucionales destinados a garantizar que los derechos de propiedad privada permanecieran intactos, de modo que la burguesía no sólo mantuviera su poder económico, sino que lo extendiera a la dimensión política. Como Lenin nunca se cansó de enfatizar, la burguesía tiene ventaja en la democracia porque posee «9/10 de los mejores recintos de reunión, y 9/10 de las existencias de periódicos, imprentas, etc.».34 Por lo tanto, continúa, en un acalorado debate en 1918 con socialdemócratas alemanes como Kautsky y Schneidemann, las elecciones nunca tienen lugar «democráticamente». Los socialdemócratas europeos no siguieron el consejo de Lenin, sino que empezaron a participar en la competición democrática nacional. Lo hicieron inicialmente porque creían que la democracia era el terreno más favorable para el derrocamiento del capitalismo. Como es bien sabido, no resultó ser así. Por eso Tronti juzga tan duramente la democracia nacional, describiéndola como la perdición del movimiento obrero. En retrospectiva, está claro que la democracia política transformó al movimiento obrero de una fuerza disidente externa en parte integrante de un sistema político-económico basado en la explotación y la acumulación. Hay que reconocer que hasta después de dos guerras mundiales, una profunda crisis económica y la aparición del fascismo, la democracia política no consiguió mediar en la lucha entre el trabajo y el capital, y la burguesía empezó a sentirse segura de la lealtad de las clases obreras a diversas comunidades nacionales. El conflicto dentro de la sociedad dividida en clases se resolvió con derechos políticos, mercancías baratas y bienestar.

Un relato más positivo de esta trayectoria histórica se encuentra en la obra de Michael Denning, quien sostiene que el movimiento obrero presionó a la burguesía para que ampliara el sufragio y estableciera lo que él denomina «el Estado democrático».35 Denning interpreta el establecimiento de esta forma de Estado como una victoria, pero al mismo tiempo reconoce que esa victoria fue efímera y, en retrospectiva —es decir, después de la globalización neoliberal (Denning llama al periodo desde mediados de la década de 1970 «los nuevos cercamientos», citando al colectivo Midnight Notes)—, parece hueca. El establecimiento del Estado del bienestar, que Étienne Balibar denomina «Estado-nación social», fue una victoria para el movimiento obrero en la medida en que muchos más sujetos (en el «Primer Mundo», es decir, Europa Occidental y Estados Unidos) no sólo fueron reconocidos como sujetos políticos (como ciudadanos), sino que también, en gran medida, obtuvieron acceso a empleos estables, educación, cultura y bienes baratos producidos en masa.36 El Estado-nación democrático emancipó a las familias obreras surbanas de la pobreza provocada por la revolución agraria y la industrialización. Sin embargo, al mismo tiempo, también condujo al abandono gradual del sueño de una superación más radical de la sociedad capitalista, sus coacciones particulares y sus formas de alienación. No sólo la fábrica seguía siendo un infierno para muchas mujeres, jóvenes e inmigrantes, sino que todos ellas seguían sometidas al dominio patriarcal tanto en casa como en el trabajo. Si a esto añadimos la reestructuración neocolonial de la economía mundial después de 1945, el Estado del bienestar de posguerra parece considerablemente menos admirable. El bienestar y la nacionalización «en casa» fueron de la mano del neoimperialismo en las antiguas colonias, ejemplificado por el gobierno laborista «progresista» de Clement Attlee, que a finales de la década de 1940 y principios de la de 1950 nacionalizó el servicio sanitario, el transporte y gran parte de la industria en Gran Bretaña, y sin embargo impuso sanciones a Irán cuando el recién elegido Primer Ministro Mohammad Mosaddeq nacionalizó la industria petrolera del país. Más tarde, en colaboración con Estados Unidos, el gobierno de Attlee ayudó al ejército iraní a llevar a cabo un golpe militar para reinstaurar al Sha.37


La experimentación de la década de 1960 fue un intento de rechazar el poder gerontocrático y desafiar las rígidas instituciones del Estado del bienestar para dar un impulso estético a la vida cotidiana. Mayo de 1968 puede leerse como un intento de reactualizar la visión de una vida diferente como una revolución social, en parte como un redescubrimiento de la ofensiva revolucionaria proletaria de 1917-1921. Sin embargo, estos experimentos seguían teniendo lugar en el marco de las ideas de transformación socio-material a las que el movimiento obrero había formulado diversas respuestas a lo largo de los siglos XIX y XX con vistas a sustituir un poder (estatal) por otro.38 La Nueva Izquierda era precisamente eso —una nueva izquierda— o, como dijo Stuart Hall, la Nueva Izquierda trabajaba tanto con el marxismo como contra él en un intento de desarrollarlo.39 Para Hall y la Nueva Izquierda, el marxismo (entendido en sentido amplio como el proyecto reformista y revolucionario del movimiento obrero de abolir el capitalismo mediante otro tipo de gobierno) seguía siendo el horizonte. Sólo con el movimiento de 1977 en Italia surgió realmente una crítica mordaz de la izquierda: «Después de Marx, abril», como escribieron los indios metropolitanos en los muros de Bolonia en febrero de ese año.

El marxismo ya no es nuestro horizonte. Esto es lo que vemos en las nuevas protestas, que tienen lugar más allá de la teoría de la lucha de clases, de la dictadura del proletariado y del proletariado como sujeto de la historia, y sin la enorme infraestructura institucional que el movimiento obrero construyó en la sociedad capitalista. En un giro un tanto burdo y materialista, la industrialización permitió al movimiento obrero asumir la lucha con la burguesía, ganar influencia y participar en la gestión de la producción nacional. Según John Clegg y Aaron Benanav de Endnotes, «la industrialización iba a ser el motor de la victoria incipiente de los obreros», ya que trajo consigo un número creciente de obreros industriales, una unidad creciente entre los obreros y un poder creciente de los obreros en la producción.40 Sin embargo, ahora que la industrialización parece haber terminado, el movimiento obrero, en las diversas formas desarrolladas a lo largo del siglo XX, ya no es capaz de organizar la oposición a la explotación y al dominio del capital. Como han subrayado el marxista italiano Amadeo Bordiga y otros, el capitalismo es, ante todo, un proceso de subdesarrollo.41 En la posguerra, el panorama era distinto. Si nos fijamos en la evolución en Occidente, casi se nos podría perdonar que pensáramos que el capitalismo se dedicaba a hacer de la privación material parte de la historia. Sin embargo, desde principios de la década de 1970, el capital global ha estado atravesando una crisis prolongada —lo que el comunista de izquierda Loren Goldner denomina «el largo aterrizaje forzoso neoliberal»— con una caída de la productividad y unas tasas de crecimiento que nunca alcanzaron los niveles del boom de la posguerra.42


El grupo comunista de izquierda francés Théorie communiste ha descrito esta transición como un abandono del «programatismo».43 Desde mediados del siglo XIX hasta finales del XX, la revolución era una cuestión de poder obrero. Consistía en que los obreros se afirmaran como tales, ya fuera mediante la dictadura del proletariado, los soviets o diversas formas de autogobierno. La revolución era un programa a realizar, que terminaría con la afirmación del proletariado y la superación de las contradicciones de la sociedad de clases. El obrero era el elemento positivo de esta contradicción, el que realizaría la sociedad futura. El programatismo, ya fuera reformismo socialista, leninismo, sindicalismo o comunismo consejista, se basaba en un vínculo entre la acumulación de capital y la reproducción de la clase obrera. El desarrollo de los modos de producción capitalistas no hacía sino fortalecer a los trabajadores (aunque también éstos se veían cada vez más explotados por la intensificación de los procesos de trabajo). Sin embargo, según Théorie communiste, este vínculo ya no existe. El obrero ha desaparecido y ya no constituye un punto de partida para la resistencia colectiva y organizada. Durante la Segunda Guerra Mundial y la posguerra, el gran dispositivo creado por el movimiento obrero pasó a formar parte del Estado social nacional y apareció cada vez menos como alternativa a nada. Posteriormente, como resultado de la amplia reorganización de la economía que comenzó a mediados de la década de 1970, la identidad del obrero fue vaciada de contenido — un desarrollo a menudo denominado neoliberalismo, globalización o posfordismo. En los antiguos centros del capital, la reorganización adoptó la forma de desindustrialización, externalización, precarización, recortes en los programas de bienestar y una vasta expansión de la especulación financiera, en la que la producción de valor se desvinculó del proceso directo de producción.

En el capitalismo tardío, el obrero ya no es una inversión, sino simplemente un gasto que hay que minimizar. La idea keynesiana de una compensación entre salario y productividad fue sustituida por la búsqueda cada vez mayor de costos más bajos. Según Théorie communiste, este cambio constituyó una respuesta contrarrevolucionaria a la resistencia proletaria, y a mayo de 1968 en particular. Como ellos dicen: «No hay reestructuración del modo de producción capitalista sin derrota del obrero. Esta derrota fue una derrota de la identidad del obrero, de los partidos comunistas, de los sindicatos, de la autogestión, de la autoorganización y del rechazo del trabajo. Fue todo un ciclo de lucha derrotado en todos sus aspectos, la reestructuración fue esencialmente una contrarrevolución».44


Sin embargo, como han demostrado economistas e historiadores como Ernst Mandel y Robert Brenner, esta reestructuración no tuvo el efecto deseado, y la economía mundial se ha venido contrayendo desde mediados de la década de 1970.45 La burguesía ha destruido más de lo que ha construido. Éste es el punto de la caracterización de Goldner de los últimos 40-50 años como un largo desmoronamiento o crisis, con el aumento del desempleo, la caída de los salarios reales y los recortes en la reproducción social en Estados Unidos y Europa occidental. En muchas otras partes del mundo, la situación ha sido mucho peor. Los procesos de modernización local en China y el Sudeste Asiático no pueden ocultarlo — e incluso allí, el número de obreros y campesinos pobres ha aumentado exponencialmente.

Éste es el trasfondo político-económico de la erosión del lenguaje anticapitalista que caracterizó los proyectos revolucionarios de la segunda mitad del siglo XIX y del «corto» siglo XX, el «siglo de los extremos», como llamó Eric Hobsbawm al periodo comprendido entre 1914 y 1989.46 En términos de Marx, la clase obrera y el proletariado comienzan a distanciarse durante la década de 1970. Así, cuando el nuevo ciclo de protestas estalló en 2011, lo hizo en un vacío histórico, «lejos de Reims» y desplazado del movimiento obrero, de sus formas de resistencia y de la identidad del obrero.47

Por eso, la mayoría de las protestas no son protestas en los centros de trabajo, sino que adoptan la forma de protestas antipolíticas o saqueos. Son lo que Joshua Clover, en un análisis histórico bastante esquemático, denomina «luchas en torno a la circulación», en las que los manifestantes toman lo que pueden de las tiendas y del «mercado».48

Siguiendo a Asef Bayat, que describe las revueltas árabes como «revoluciones sin revolucionarios», Endnotes ha sugerido describir los nuevos movimientos de protesta como «no movimientos» que producen «revolucionarios sin revolución».49 Endnotes también describe con entusiasmo cómo muchas de las protestas de la última década han surgido de la nada. Un estudiante de secundaria chileno publica una convocatoria de manifestación en Facebook, movilizando a decenas de miles de manifestantes. Una matanza policial estalla rápidamente en las protestas más violentas de la historia reciente de Estados Unidos desde finales de la década de 1960. Un camionero francés, haciendo carreras callejeras en su coche tuneado, convoca una protesta contra los nuevos impuestos del gobierno de Macron y reúne más de 300 000 firmas en cuestión de días. Cada vez, las protestas parecen surgir muy al margen de los partidos y sindicatos preexistentes, que —en el mejor de los casos— sólo pueden tratar de conectar con estas movilizaciones o intentar aprovechar la energía que generan. Sin embargo, incluso eso resulta difícil. El destino de los diversos partidos políticos antipolíticos, sin olvidar a Podemos y Syriza, es testimonio de ello. Tal y como están las cosas, no son más que «socialdemocracias débiles».50 Sencillamente, es difícil trasladar los «no movimientos» a la política estatal. La gran mayoría de los participantes no pertenecen a organizaciones existentes, sino que protestan más allá del horizonte político actual. Se trata de un «proceso» en el sentido descrito por Verónica Gago en su análisis del movimiento Ni Una Menos. Supone cruzar una línea a partir de la cual no parece haber posibilidad de volver a las formas políticas rechazadas.51
Endnotes es, por supuesto, afirmativo con respecto a la autonomía de las protestas. Siguiendo a comunistas de izquierda como Jacques Camatte, Endnotes escribe que las protestas parecen caracterizarse ahora por una dinámica inmanente por la que producen sus propios sujetos. Sin embargo, como indica el término «no-movimiento», este análisis se caracteriza, como ha argumentado Kiersten Solt, por una cierta melancolía: las protestas tienen lugar, pero carecen de forma, no constituyen un movimiento.52 La crisis del capital empuja a la gente a las calles, pero como ya no existe un movimiento obrero organizado, ni ninguna noción de los obreros o los trabajadores como proletariado, las protestas se ven atrapadas en una autorreflexión identitaria, en la que la lucha de clases se ha convertido en resistencia individual, representada conjuntamente en las calles. Las protestas no constituyen un movimiento en el sentido en que lo hicieron tanto el movimiento obrero establecido como el «otro movimiento obrero».53 Más bien, se caracterizan ante todo por la desintegración y la fragmentación.
Sin embargo, tal vez deberíamos ver la ausencia del movimiento obrero como una condición previa para las nuevas protestas y no como un defecto.
Judith Butler lo intenta en su análisis de los movimientos de okupación, en el que habla de la precariedad como condición de posibilidad de un nuevo sujeto de resistencia: «La precariedad es la rúbrica que reúne a las mujeres, lxs queer, lxs transgénero, los pobres, las personas con capacidades diferentes y los apátridas, pero también a las minorías religiosas y raciales».54 Butler muestra cómo el sujeto de las nuevas protestas tiene que luchar necesariamente por una comunalidad que trascienda el caso individual. Sin embargo, no explica realmente cómo se vinculan lo particular y lo universal -¿mediante actos de voluntad o como resultado de procesos materiales?- y, lamentablemente, ancla su análisis en el marco de la representación política y la democracia. La cuestión, sin embargo, es que no hay necesidad de mirar atrás con nostalgia, como hace Endnotes en «Adelante bárbaros», ya que el movimiento obrero normalmente ha impedido históricamente que el proletariado se convirtiera en la clase destructora de la clase. El comunismo es «una derrota desde dentro»: ésta fue la lección que Walter Benjamin extrajo del putsch de Kapp-Lüttwitz y de la matanza del levantamiento del Ruhr en 1920.55 Los comunistas de izquierda como Camatte son sin duda muy conscientes de este hecho.
32 Mario Tronti, «Towards a Critique of Political Democracy» [2007], en Cosmos and History, vol. 5, núm. 1, 2009, p. 74.
33 Domenico Losurdo, Liberalism. A Counter-History, trad. de Gregory Elliott, Verso, 2014.
34 Lenin, «“Democracy” and Dictatorship» (1918). En línea aquí.
35 Michael Denning, «Neither Capitalist, Nor American. Democracy as Social Movement», en Culture in the Age of Three Worlds, Verso, 2004, pp. 209-226.
36 Etienne Balibar, We, the People of Europe? Reflections on Transnational Citizenship, Princeton University Press, 2004, p. 61.
37 Cf. Kojo Koram, Uncommon Wealth. Britain and the Aftermath of Empire, John Murray, 2022.
38 Esto fue ejemplar en el caso de la mayoría de los maoístas occidentales del periodo, que seguían apegados a una noción de poder y a una alternativa de poder. Los situacionistas avanzaron en la disolución de la idea de otra forma de poder. Fueron críticos con los socialistas, leninistas y maoístas, pero, como en el caso del movimiento de Mayo del 68 en general, mantuvieron una idea de otra forma de dirigir la producción. En el caso de los situacionistas, se trataba de hacerlo a través de consejos.
39 Stuart Hall, «Cultural Studies and its Theoretical Legacies», en Lawrence Grossberg, Cary Nelson y Paula Treichler (eds.), Cultural Studies, Routledge, 1992, p. 279.
40 John Clegg y Aaron Benanav, «Crisis and Immiseration: Critical Theory Today», en Werner Bonefeld et al. (eds.), The Sage Handbook of Frankfurt School Critical Theory, Sage, 2018, p. 1636
41 Amadeo Bordiga, Strutture economica e sociale della Russia d’oggi, Edizioni il programma communista, 1976.
42 Loren Goldner, «The Historical Moment That Produced Us: Global Revolution or Recomposition of Capital», en Insurgent Notes, núm. 1, 2010. En línea aquí.

43 Théorie communiste, «Prolétariat et capital. Une trop brève idylle?», en Théorie communiste, núm. 19, 2004, pp. 5-60.
44 Théorie communiste, «Prolétariat et capital», p. 51.
45 Robert Brenner, The Economics of Global Turbulence. The Advanced Capitalist Economies from Long Boom to Long Downturn, 1945-2005, Verso, 2006; Ernst Mandel, Late Capitalism, New Left Books, 1975.
46 Eric Hobsbawm, The Age of Extremes. The Short Twentieth Century, Michael Joseph, 1994.
47 «Lejos de Reims» se refiere al libro de Didier Eribon Retour à Reims, en el que Eribon, ahora profesor de filosofía en París, regresa a Reims, donde creció. Describe cómo su familia, de clase trabajadora, se ha convertido en partidaria del Frente Nacional (Rassemblement National). La historia de Eribon adopta la forma de un análisis melancólico de este cambio, en el que los trabajadores que solían votar al Partido Comunista Francés han acabado apoyando a Le Pen. Sin embargo, este cambio también puede ser visto como una forma de continuidad, ya que desde 1944 en adelante, el PCF hizo todo lo posible para apoyar la noción de la nación — y en mayo del 68 no sólo se distanció, sino que criticó la revuelta, e hizo todo lo posible para desacreditarla (incluyendo la participación en la calumnia antisemita de Daniel Cohn-Bendit).
48 Joshua Clover, Riot. Strike. Riot. The New Era of Uprisings, Verso, 2016, p. 28.
49 Asef Bayat, Revolution without Revolutionaries. Making Sense of the Arab Spring, Stanford University Press, 2017; Endnotes, «Onward Barbarians», en Endnotes, 2021. En línea aquí. Al comparar la revolución de 2011 con la iraní, Bayat escribe: «Considero que la velocidad, la propagación y la intensidad de las recientes revoluciones no tienen parangón, mientras que su falta de ideología, su laxa coordinación y la ausencia de un liderazgo galvanizador y de preceptos intelectuales casi no tienen precedentes. […] De hecho, sigue siendo una incógnita si lo que surgió durante la Primavera Árabe fueron de hecho revoluciones en el sentido de sus homólogas del siglo XX». Bayat, Revolution without Revolutionaries, p. 2.
50 Susan Watkins, «Oppositions», en New Left Review, núm. 98, 2016, p. 27.
51 Veronica Gago, Feminist International, Verso, 2020, p. 12.
52 Kiersten Solt, «Seven Theses on Destitution (After Endnotes)», en lll Will, February 12, 2021. En línea aquí.
53 Cf. Karl Heinz Roth, Die «andere» Arbeiterbewegung und die Entwicklung der kapitalistischen Repression von 1880 bis zur Gegenwart. Ein Beitrag zum Neuverständnis der Klassengeschichte in Deutschland, Trikont, 1974.
54 Judith Butler, Notes Towards a Performative Theory of Assembly, Harvard University Press, 2015, p. 58. Para un comentario más extenso sobre este texto, véase Mikkel Bolt-Rasmussen, «Violence and Other Non-Political Actions in the New Cycle of Revolt», en Mute Magazine, 4 de abril de 2021. En línea aquí.
55 Desde «Para una crítica de la violencia» en 1921 hasta «Tesis sobre el concepto de historia» en 1940, Benjamin subrayó que el movimiento obrero se oponía a la revolución y que, como escribe Bini Adamczak, el comunismo constituye una especie de «derrota interior». Cf. Bini Adamczak, Gestern Morgen. Über die Einsamkeit kommunistischer Gespenster und die Rekonstruktion der Zukunft, Assemblage, 2011.
31 de octubre, 2023.